quarta-feira, 8 de junho de 2011

UM IMENSO ADEUS

«-No te mueras! - me dijo en el umbral de la puerta casi en voz baja.
Con un ademán furtivo, pero tierno, me rozó la mejilla.
Habíamos pasado la noche juntos, en la Rue Visconti, donde nos sorprendió el toqye de queda. Sin embargo, era la primera vez que nuestros cuerpos se tocaban: con la mano me acarició castamente la mejilla.
Qué decia? Morir? Ni hablar. En aquella primavera de 1943 yo estaba seguro de ser inmortal. Al menos invulnerable. Por qué me decía eso? Qué debilidad había tenido de pronto?
Julia, éste era su nombre de guerra, era el último de mis contactos con la MOI, la organización comunista francesa para los extranjeros. Primero habían sido Bruno y Koba. En aquellos últimos tiempos, Julia. Pero la decisión ya estaba tomada: iba a trabajar con Jean-Marie Action, una organización Buckmaster. Allí manejaría armas, , y yo necesitaba cambiar las armas del discurso por el discurso de las armas.
Si cito esta fórmula marxista es para que se comprenda cómo era yo a los diecinueve años: qué exigencia, qué ilusión, qué fiebre, qué voluntad de vivir.
(Morir? Pero de qué hablaba Julia? Yo era invulnerable!)»