segunda-feira, 14 de dezembro de 2009

UM IMENSO ADEUS


«Yo ni me acuerdo de haber leído en el periódico que Hitler había sido nombrado canciller del Reich.Otra crisis de gobierno, una de tantas, los mismos políticos yendo y viniendo, aproximadamente los mismos nombres, y yo no tenía tiempo ni ganas para leer los periódicos o para prestar atención a los discursos. Había cosas más importantes que hacer, cosas prácticas y urgentes, las clases, la administración de la Escuela, problemas técnicos que debían ser resueltos, mi esposa enferma, mi hija que me angustiaba porque no se atrevía a hablar con nadie ni a mirar a nadie a la cara, que de pronto se hizo comunista sin que yo pudiera saber quién la había contagiado. La gente obsesionada por la política me parecia tan incomprensible como la que se obsesiona por los deportes o por las carreras de caballos. Mi hija me parecía que estaba transtornada, intoxicada por aquellos libros que leía siempre, por aquellas películas soviéticas, por las reuniones eternas que muchas veces se celebraban en mi casa, horas y horas discutiendo, fumando cigarrillos, analizando los artículos de sus periódicos después de leerlos en voz alta, su vida entera desde que se levantaba hasta que se acostaba, cada vez más pálida, sonámbula, mirandome como si yo fuera habitante de otro planeta o fuera su enemigo de clase, el padre socialfascista más dañino que un nazi, el colaborador hipócrita de la explotación de la clase obrera, el burgués corrompido y partidario de la guerra imperialista.»