terça-feira, 13 de janeiro de 2009

UM IMENSO ADEUS


«Cerbère, donde los gendarmes franceses humillaban en el invierno de 1939 a los soldados de la República Española, los injuriaban y les daban empujones y culatazos; Port Bou, donde Walter Benjamin se quitó la vida en 1940; Gmund, la estación fronteriza entre Checoslovaquia y Austria, donde alguna vez se encontraron Franz Kafka y Milena Jesenska, citas clandestinas en el paréntesis de tiempo de los horarios de los trenes, en la exasperada brevedad de las horas que ya estaban agotándose en cuanto se veían, en cuanto subían hacia el cuarto inhóspito del hotel de la estación, donde el paso cercano de los trenes hacía vibrar los cristales de la ventana.
Cómo sería llegar a una estación alemana o polaca en un tren de ganado, escuchar en los altavoces órdenes gritadas en alemán y no comprender nada, ver a lo lejos luces, alambradas, chimeneas muy altas expulsando humo negro. Durante cinco días, en febrero de 1944, Primo Levi viajó en un tren hacia Auschwitz. Por las hendiduras en los tablones, a las que acercaba la boca para poder respirar, iba viendo los nombres de las últimas estaciones de Italia, y cada nombre era una despedida, una etapa en el viaje hacia el norte y el frío del invierno, nombres ahora indescifrables de estaciones en alemán y luego en polaco, de poblaciones apartadas que quase nadie por entonces había oído nombrar, Mauthausen, Berger-Belsen, Auschwitz. Tres semanas tardó Margarete Buber-Neumann en llegar desde Moscú hasta el campo de Siberia en el que debía cumplir una condena de diez años, y cuando habán pasado sólo tres y le ordenaron que subiera de nuevo a un tren hacia Moscú pensó que iban a liberarla, pero en Moscú el tren no se detuvo, continuó viajando hacia el oeste. Cuando por fin se detuvo en la estación fronteriza de Brest-Litovsk los guardias rusos le dijeron a Buber-Neumann que se diera prisa en preparar su bolsa, que habían llegado a territorio alemán. Entre los tablones que cegaban la ventanilla vio en el andén uniformes negros da las SS, y comprendió con espanto, con fatiga infinita, que porque era alemana los guardias de Stalin iban a entregarla a los guardias de Hitler, en virtud de una cláusula infame del pacto germano-soviético.»