terça-feira, 6 de abril de 2010

DE OUTROS

«El 11 de abril estaré en Buchenwald, en la explanada en la que se pasaba lista a los prisioneros, para tomar la palabra durante la ceremonia conmemorativa de la liberación del campo por parte de los soldados estadounidenses del Tercer Ejército del general Patton. He aceptado la invitación que me han hecho la ministra-presidenta del Gobierno de Turingia, Christine Lieberknecht, y el director del Monumento de Buchenwald-Dora, mi amigo el profesor Volkhard Knigge.

¿Por qué lo he hecho, por qué motivos?

Por una razón principal, de la que derivan todas las demás, que son complementarias: porque es la última vez. Quiero decir, desde luego, la última vez para mí. Dentro de cinco años (las conmemoraciones oficiales, probablemente para subrayar su solemnidad, se celebran con un ritmo quinquenal), en el 70º aniversario del descubrimiento y la liberación de los campos, yo ya no estaré.

Por última vez, pues, el 11 de abril, ni resignado a morir ni angustiado por la muerte, sino furioso, extraordinariamente irritado por la idea de que pronto ya no estaré aquí, en medio de la belleza del mundo o, por el contrario, en su grisácea insipidez -que en este caso concreto son la misma cosa-, por última vez, diré lo que creo que tengo que decir.

¡Se comprenderá que no quiera perderme semejante ocasión!

En primer lugar, la explanada de Buchenwald, bajo el viento glacial del Ettersberg -un viento de una eternidad mortífera, que sopla sin cesar, incluso en primavera-, es un lugar idóneo para hablar de Europa. Porque Buchenwald fue un campo nazi hasta abril de 1945. Los últimos deportados, partisanos yugoslavos, salieron de él en junio de ese año.

Ahora bien, el campo volvió a abrirse en septiembre con el nombre de Speziallager n° 2, campo especial número 2 de la policía soviética en la zona de ocupación rusa.

Fue en 1950, tras la creación de la República Democrática Alemana (RDA), cuando el campo se cerró y se transformó en lugar para el recuerdo. Pero hubo que esperar a 1989, a la caída del Muro de Berlín y el imperio soviético y la reunificación democrática de Alemania, para que Buchenwald pudiera asumir sus dos memorias, su doble pasado de campo de concentración sucesivamente nazi y estalinista.»
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JORGE SEMPRÚN
(El País)